viernes, 16 de diciembre de 2011

HOMENAJE A CAROLINA CORONADO

CAROLINA CORONADO
(12-12 ¿1820?/15-1-1911)

Homenaje a una Romántica española en su Centenario


Estimad@s amig@s: Estoy convencida que si preguntara de pronto, nombres de poetas románticos, nos vendrían a la mente al menos seis o siete nombres masculinos de nuestras letras, muy pocos serían los que recordaran al gran trío de poetisas románticas españolas, a saber; la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, la gallega Rosalía de Castro y la extremeña Carolina Coronado. Y esto es así, porque si buscamos en Antologías al uso, solo los nombres masculinos saltan a la vista. En el caso de las mujeres, bien puede decirse que por muy reconocidas que lo fuesen en su época y algún que otro homenaje posterior. Las mujeres escritoras, apenas fallecidas, son desaparecidas.


Bien puede decirse que Carolina Coronado, no fue muy consciente de su participación en la corriente romántica de su época. Ella misma desaprueba el romanticismo, incluso los ridiculiza y haciendo gala de su sentido del humor, escribe estas estrofas publicadas en “un álbum de un clásico moderno”, publicado hacia 1850.

Ya en vez de los lagrimones
de romántico dolor,
los ojos del trovador
brotan risa a borbotones.
.........................

¡Qué risa ver convertido
en un alegre zagal
en la pradera dormido
a aquel que tanto ha gemido
sobre el arpa funeral!
.................................

¡Qué risa ver sus amadas
ayer mustias y amarillas,
mañana frescas, sencillas,
tejiendo en las enramadas
guirnaldas de florecillas!

No debemos olvidar que el Romanticismo era, además de una forma de hacer versos, una manera de ser y una forma de estar. A veces, incluso, una forma de no ser y de no estar, un hartazgo de las formas y maneras, como quedó de manifiesto en los varios casos de suicidios que se dieron entre escritores de la época.


Para recordar a esta ilustre mujer, os dejo unos apuntes biográficos y breves fragmentos de su abundante obra poética, que vosotros mismos podréis ampliar leyendo al completo.


CAROLINA CORONADO Romero de Tejada.
Vino al mundo en Almendralejo (Badajoz) un 12 de diciembre no sabemos si de 1820 o 1821 y falleció en Lisboa el 15 de enero de 1011. Fue hija de una familia acomodada y liberal, su abuelo que había ejercido diversos cargos políticos, fue ejecutado ese mismo año y su padre encarcelado, años después obtuvo una amnistía. Cuando Carolina contaba cuatro años se trasladaron a la capital.

Desde niña se demostró precoz en la lectura y en la composición literaria, especialmente de versos, de forma autodidacta aprendió francés, inglés, italiano y portugués. A pesar de sus capacidades, y en contra de las aspiraciones personales, su familia obstaculizó la vocación literaria. Su educación fue la clásica de la época, destinada a una “distinguida señorita”. Ella misma escribe en una carta, “mis estudios fueron ligeros, nada estudié sino las ciencias del pespunte, el bordado y el encaje extremeño, que sin duda es tan enrevesado como el código latino”. Sin embargo, llegó a sobresalir como pianista y tocaba el arpa bastante aceptable.

El romanticismo ha comenzado a hacer mella en la literatura y va cambiando con aires nuevos y vivificantes los viejos y fosilizados moldes. A los dieciocho años, Carolina, ve publicado su primer poema, una oda A la palma. Tal vez por influencia de otro extremeño, Donoso Cortés, se publica en el periódico, El Piloto, de Madrid, recibe elogiosos comentarios como, “al lado de imágenes graciosas, hay pensamientos originales y viriles” y es que, ya se sabe, que lo viril era siempre lo mejor.

A LA PALMA

Alza gallarda tu elevada frente,
hija del suelo ardiente,
y al recio soplo de aquilón mecida,
de mil hojas dorada,
de majestad ornada,
descuella ufana sobre el tallo erguida;

y arrojando tu sombra allá a lo lejos,
del sol a los reflejos,
el árabe sediento y fatigado
desdeñosa levanta
tu bendecida planta
en el desierto triste y abrasado.
(.../...)

Esta composición de ochenta y dos versos, marca el comienzo de su carrera literaria, ya que el poema es reproducido en otros periódicos madrileños. Su paisano José de Espronceda, nacido también en Almendralejo, ya reconocido como poeta, se entusiasma al leer el poema y le dedica una composición.

En 1843, publica su primera colección de poemas, 37 en total, al que le pone prólogo, Juan Eugenio de Hartzenbusch. en el que dice que sus composiciones tienen “novedad, concisión y belleza”. La primitiva condescendencia paternalista de sus compañeros de letras, se troca en camaradería y afecto a la guapa señorita extremeña.

En 1844, se divulga en Madrid la falsa noticia de su muerte. El ambiente literario se conmueve y enseguida se publican sendas elegías exaltando los méritos de la poetisa. Tal vez, por aquella época comenzaron las primeras manifestaciones de catalepsia que acompañaron a Carolina durante toda su vida. Poco después publica su poema, La muerta agradecida.

El corazón, amigos, palpitante
como otras veces en mi pecho siento;
mas al oír vuestro piadosos acento
sobre las nubes me soñé un instante
Juzgué más claro el sol, menos distante,
vi espíritus celestes en el viento
y en la estrella que más resplandecía
vi confusa la imagen de María.
(.../...)

De 1845 a 1847, surge imprecisa la imagen de Alberto a quien dedicará sus más apasionados poemas amorosos, primero y después los de triste ausencia.
Cinco años después los publicará con una dedicatoria en la que dice ...Una mujer puede, sin sonrojo, decir a un muerto ternezas que no quisiera que la oyesen decir a un vivo.

En 1847 Carolina viaja a Cádiz y a Sevilla, donde pasa largas temporadas, es en su catedral, donde hace voto de castidad, llevada de su pasión por Alberto.

Yo tengo mis amores en el mar
(1849)

¡Hijo del mar, espíritu querido,
alto ingenio inmortal de la poesía!
Escucha desde el mar este gemido
que mi amoroso corazón te envía:
Yo te adoro en el mar, y yo he venido
a escuchar en sus ondas tu armonía
y en tu brisa tu aliento respirar,
porque están mis amores en el mar.
(.../...)

De regreso a Madrid, es recibida con todos los honores y es en esa época cuando Madrazo, familiar suyo, plasma en un cuadro su indiscutible belleza.
En el Liceo, es donde se le entrega una corona de laurel y oro, por el propio Zorrilla y son los reyes los que asisten a una representación de su obra teatral “El cuadro de la esperanza”.

Es en 1849, cuando escribe el poema titulado “El amor de los amores”, obra que según, Sainz de Robles, bastaría por sí sola para ser considerada: “Una pieza culminante de la lírica castellana”. Inserta en la poesía mística, describe la búsqueda de Dios (el Amado de nuestros clásicos) en un idílico paisaje.

EL Amor de los amores
(1849)

I
¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a ti, ¡dulce Amor mio!,
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde oculta soledad te envío?

A ti, sin nombre para mi en la tierra,
¿cómo te llamaré con aquel nombre,
tan claro, que no pueda ningún hombre
confundirlo, al cruzar por esta sierra?
(.../...)

En 1850 la familia Coronado se traslada definitivamente a Madrid. Su fama llega incluso a Palacio, adonde acude con frecuencia llamada por la Reina, que ve en ella una consejera inteligente y una amiga desinteresada.
Publica su novela “Jarilla”, quizá su mejor novela, algunos ensayos como “Safo y Santa Teresa de Jesús”, donde establece un paralelo intelectual entre ambos personajes. Carolina se convierte en un miembro destacado del mundo literario de su época. Prepara la segunda edición de sus versos, pero antes realiza un viaje por Europa: Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania, donde entra en contacto con los intelectuales y artistas del momento, sobre todo, con los franceses (Lamartine, Musset, etc). Sus impresiones y la relación epistolar con estos personajes, son agrupadas bajo el nombre “Un paseo desde el Tajo al Rhin”.

En 1852, Carolina anuncia su boda con el primer secretario de la Embajada de Estados Unidos en Madrid, Mr. Horacio Justo Perry Spragne, hombre culto, adinerado, gran amante de España y muy apreciado por sus dotes de caballerosidad. La boda, sin embargo, llega a ser calificada de “accidentada”, el era anglicano y la ceremonia tuvo que celebrarse en Gibraltar, donde había obispos de las dos religiones. Pero una vez allí, el obispo católico se niega a desposarlos, por que le llega el conocimiento del voto de castidad que Carolina hiciera en la catedral de Sevilla, así que sólo se celebra la boda anglicana. Para realizar la católica han de trasladarse a Paris, donde la autoridad religiosa la eximen del voto, por no haber sido hecho sin el consentimiento de los padres.

El nuevo matrimonio, se instala en un doble piso de la calle de Alcalá y es notoria su hospitalidad por la brillantes fiestas a las que asisten las figuras más importantes de la literatura y la política. Carolina recita sus versos y toca el piano como una consumada intérprete, pero de su pluma no salen tantos poemas como antes y estos se caracterizan por ir dedicados a hechos concretos o acontecimientos puntuales, los agrupa con el título “Versos improvisados con varios motivos”. Si que intensifica su labor ensayística.
Carolina se siente muy feliz junto a su marido, pero en 1854, la muerte le arrebata a su primer hijo, Horacio, que muere “de unas fiebres”. A este hecho luctuoso se une la intranquilidad de la situación política. La casa de los Perry Coronado se convierte en refugio de muchos políticos perseguidos y ella con su influencia cerca de la Reina, ayuda a muchos de los personajes comprometidos políticamente.

Sus hijas, Carolina y Matilde, llegan sucesivamente para alegrar el corazón del matrimonio, pero es en 1873, cuando la muerte vuelve a visitar su hogar, en esta ocasión, es su hija Carolina. En un rasgo de premonición materna, anuncia a los médicos que atienden a la pequeña, la hora exacta en que morirá y se cumple el vaticinio. Horacio está fuera de Madrid, acaba de producirse la abdicación de Amadeo de Saboya, no puede acudir para compartir el dolor de su esposa. Un dolor que para Carolina supera lo normal, intenta arrojarse por un balcón, casi lo consigue... Corta de raíz su negra cabellera y la deja caer lentamente sobre el cadáver de su hija. Carolina cae en uno de sus estados catalépticos, se ha negado a que la niña sea enterrada en el cementerio y es embalsamada, para ser depositada no en un nicho, sino en un armario de la sacristía de un convento situado en el paseo de Recoletos.

Poco tiempo después, la familia abandona no sólo Madrid, sino España, adonde ya nunca volverá con vida la poetisa. Horacio adquiere un palacio en Lisboa, cerca del mar, en el que residirán casi veinte años. El dolor de Carolina se va remanando y vuelve a su pasión por la lectura y la naturaleza. De vez en cuando, vuelve a escribir algunos versos. Se reúnen varios amigos y le proponen rendirle un homenaje en Badajoz, pero ella se niega a abandonar ni siquiera por unos días su casa. Les envía una carta en la que dice..., “el luto que he de llevar lo que me resta de vida, me trajo a este retiro, donde cumplo deberes que son sagrados, aunque por oscuros no me den fama”. Termina su carta con un hermoso soneto.

Una corona no, dadme una rama
(1889)

Una corona, no, dadme una rama
de la adelfa del Gévora querido,
y mi genio, si hay genio, habrá obtenido
un galardón más grato que la fama.

No importa al porvenir cómo se llama
la que al mundo decís que dio al olvido;
de mi patria en el alma está escondido
ese nombre, que aún vive, sufre y ama.

Os oigo desde aquí, desde aquí os veo,
y de vosotros hablo con las olas,
que me dicen con lenguas españolas

vuestro afán, vuestra fe, vuestro deseo,
y siento que mi espíritu es mas fuerte
en esta vida que os parece muerte.

Mr. Perry, un hombre dinámico y emprendedor, funda una Compañía para la explotación del Cable telegráfico submarino que ha de unir Norteamérica con Europa. Cuando al fin se inaugura, después de dilatados trabajos, Carolina y Horacio reciben de rodillas el primer cable que cruza el Atlántico. Pero un complicado pleito con Inglaterra acaba desposeyendo a Horacio de sus derechos al Cable, su economía se resiente y venden su palacio para comprar otro más reducido, llamado el de la Mitra, se encuentra en el otro extremo de la ciudad. Horacio no llega a habitarlo, muere a los 75 años de edad.

Carolina vuelve a mostrar de nuevo su extraña necrolatría. En 1891, consigue las correspondientes licencias eclesiásticas y civiles y manda embalsamar el cadáver de su esposo para depositarlo “corpore insepulto” en la capilla del nuevo palacio. Allí permanecerá cubierto de flores y oraciones durante veinte años. Carolina manda abrir un balconcillo en su dormitorio para poder despedirse cada noche de “el silencioso”. Así es como ha comenzado a llamarle y así se refiere a él. La soledad que tanto amó en su juventud, le provoca temor y la obsesiona, hasta el punto de que su hija Matilde que había contraído matrimonio con el hijo del Marqués de Torres-Cabrera, es obligada por su madre, a seguir durmiendo en la misma alcoba que ella.

Ha llegado el siglo XX pero los nuevos inventos no han traspasado los muros del palacio de Mitra, en él no hay luz eléctrica, sólo hay quinqués. Los coches ya fueron vendidos y ella no sale a la calle, no conoce el tranvía. Se limita a pasear por el parque donde los árboles crecen a su antojo, porque ella nunca quiso que se podaran. En 1910, cuenta casi noventa años y escribe el que será su último poema, con este expresivo título: ¡¡...!!

¡...!
Quejarse es protestar; la pena es muda
cuando oprime con ruda persistencia;
sólo el silencio al desgraciado escuda
para ocultar al mundo su existencia.
Silencio el infortunio necesita
para templar su natural encono
y mejor que el consuelo que le invita
sufre el ser humano su abandono.

Si veis que aún vivo y de mi larga vida
conservo el hilo por seguir viviendo,
no es que a vivir el goce me convida,
pues es más goce descansar muriendo.

Es que cumplo la ley de mi destino,
dócil, sumisa al que gobierna el alma
sin que el dolor cruel en mi camino
logre irritar mi resignada calma.
:::::::::::::::::::::::::
Se refugia el espíritu en la nada
cual si a extinguirse fuera nuestro aliento,
y en el vago no ser, desorientada,
cesa la criatura el sufrimiento.

El 15 de enero de 1911 su voz se extingue definitivamente en el silencio. Pocos días después, el 19 del mismo mes, a instancias de su hija Matilde y de su yerno, el Marqués; los restos de Carolina y de su amado Horacio, son trasladados a Badajoz, siendo inhumados en su cementerio. Entre el fervor popular y la asistencia de las representaciones oficiales.

(R.J.M. /12.12.2011)
Obras
Poesía:
Poesías, 1843; 2ª ed. ampliada 1852; 3ª ed. 1872.

Novelas:
Jarilla, 1850.
Paquita y Adoración, 1850.
La Sigea, 1851.
Luz, 1851.
La rueda de la desgracia. Manuscrito de un conde, 1873.
El oratorio de Isabel la Católica, 1886.
Harnina (inacabada), 1880.

Ensayos:
Los genios gemelos. Primer paralelo: Safo y Santa Teresa de Jesús, 1850.
Un paseo desde el Tajo al Rhin, descansando en el Palacio de Cristal, 1851.
Galería de poetisas contemporáneas (varios escritos publicados entre 1846 y 1862).


Teatro
El cuadro de la Esperanza, (inédito, fecha probable 1847-1848).

Varios artículos y cartas

1 comentario:

Gracia Iglesias dijo...

¡Qué gran estudio sobre esta poeta tan tristemente olvidada! y ¡qué gran homenaje en el centenario de su muerte! Aunque en círculos reducidos algunas escritoras hemos recordado esta efemérides, hasta ahora no había leído nada tan bueno como este post en relación con Carolina Coronado. ¡Gracias!