miércoles, 12 de septiembre de 2012

TERROR EN LA CALLE DESIERTA


Sábado, 11 de Agosto

Eran las 5 de la tarde, que no es ninguna hora taurina, no había ningún torero o valiente que se atreviera a desafíar los 40º a la sombra. Para evitarme pasar media hora junto al horno de la marquesina, esperando el autobús, mi hija me llevó en coche hasta unos cien metros de la Residencia, adonde yo iba y se alejó por la calle paralela.

El viento africano soplaba con mas fuerza de la debida. Eolo se había sumado al fuego de la parrilla de san Lorenzo, sus ráfagas hacían ulular los toldos de las terrazas y las ramas de los árboles, aterrorizaban. Pensé si no se desencajaría alguno, aterrizando sobre mi humilde cabeza, que al menos hace juego con mi cara.

Estaba más sola que la una, caminé por la calle, pendiente del más ligero ruido, no se veía ni un cuerpo con alma. Andaba por la acera desnivelada, bajo la delgada sombra de los árboles, cercana a los 66 escalones que separan los edificios y desangeladas plazas que llevan a la calle paralela, cuando tengo que cruzar de una a otra calle, pienso que quienes diseñaron este barrio, semejante a las celdillas de un nido de avispas, no pensaban habitar vivienda alguna. Los accesos para vehículos son imposibles.

De pronto, me llegó un extraño ruido a chatarra, sonaba al mismo tiempo que lo hacía el viento, volví la cabeza para ver si era algún coche que hubiese chirriado, nada, ni siquiera había un solo coche que se atreviera a desafiar el calor, todos los "kavallos" de esa calle estaban amarrados al asfalto. El viento amainó y se paró el sonido chirriante, proseguí mi camino, habría andado unos treinta pasos, calculo yo, no es que los contara. De nuevo, Eolo mandó sus lanzas calenturientas a mi espalda, y, otra vez el ruido chirriante, desapacible. Volví a pararme y planté cara al sol, que estaba a punto de convertirla en un pergamino a pesar de la crema untada.

La calle seguía estando desierta, a la vista, ni unas ruedas que pudiesen ludir o rozar un solo eje. ¿De dónde diablos saldría aquel ruido que tan sólo paraba cuando lo hacía el aire? Paró el viento y continué la marcha ya llegaba al portalón del parque de la residencia, apreté el botón para que desde recepción me abrieran la puerta de peatones.
De nuevo soplaba el aire, esta vez el ruido chirriante sonó más cerca de mi, la acera marca una semicircunferencia para la entrada de vehículos. Me volví y me alejé de la puerta que ya me abrían, fui hasta un extremo de la acera, un montón de hojas formaban una seroja junto al bordillo, me agaché y cogí un objeto. Entré en el parque de la Resi, habitualmente transitan por los paseos: los familiares empujando sillas de ruedas, los residentes con sus andadores o apoyados en sus bastones. No había ni un sólo transéunte que se hubiese animado a salir.

Cuando llegué a recepción y al entregar la tarjeta, me pregunta la recepcionista: ¿Qué te ha pasado, que te has vuelto para atrás? ¿Se te había caído algo?.
Deposité el objeto que llevaba en la mano, le dije: ¡Por favor, tíralo a la papelera! No sabes lo que puede aterrorizar un bote de cerveza vacío, en una calle desierta.

Rosa del Aire (R.J.M./11.8.12)

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