martes, 8 de marzo de 2011

HISTORIA DEL OSO ESTOKOLMÉS - III Parte



III Parte


Hablando de osos junto a la hoguera

No quiero decir la consabida frase: “La noticia corrió como la pólvora por el campamento”. No la digo, porque si hubiese sido literal, todos habríamos salido por los aires, recordad que estábamos a los pies de un volcán: sólo se hubiesen salvado los tres expedicionarios que hubiesen logrado volar en la alfombra azul de Aur, el resto..., como san Lorenzo, a la parrilla.

Nieve se adelantó a los demás compañeros y aún más airada que el viento que soplaba, resopló:
- ¿Se puede saber dónde os habíais metido? Os dije que las excursiones se harían por grupos.
- Vamos Nievecita, no se ponga vos así. Ahora les contamos –Laura puso una voz que parecía salida de un algodón de azúcar.


Después de la escalada que habíamos tenido que hacer, no me salía ni la voz, en resumen, ¿qué les iba a decir?. Ni siquiera Laura me creía, porque ella le había visto alejarse. Aur intervino conciliador.
- ¿No ves que están cansadas? Déjalas que descansen y luego nos cuentan.
- Supongo, que, ¿habrás sacado fotos de la fiera que habéis visto? –dijo Javier a Laura.
- Pues no, porque con la niebla que había, no se distinguía bien.
- ¡Ajajá!. Así que habéis visto una fiera –dijo Nieve- ¿Y cómo era?.
- No lo sé muy bien, Rosmar dice que era un oso, yo sólo lo he visto por detrás cuando corría, para mí que se ha asustado al verla con el sombrero.
- ¡Qué graciosa! Te has asustado tanto como yo, lo suyo es más insólito –me dirigí a Nieves-, dice que es una reencarnación del “yeti”.


Ana y Benjamín eran ese día los encargados de hacer la comida bajo la carpa destinada a cocina comedor; esto último era un eufemismo. La mesa había que sujetarla con piedras, las banquetas de tijera no habían sido desempaquetadas, para que el aire no las convirtiera en armas arrojadizas . Ascen, Liza y Antonio se dedicaban a preparar nuevas pelotas de arroz que iban echando en un pequeño hoyo natural por donde salía vapor, de allí las sacaban con una de las raquetas cuidando de no quemarse, ni quemarlas.


Debido al aire, la conversación se escuchó totalmente y dejaron sus quehaceres.
- ¿Habéis oído? Dicen que han visto a un oso.
- No, no, Laura dice: que han visto al famoso hombre de las nieves.
- ¿Al mismísimo yeti?. ¡Ja, ja, já! No me lo creo.


Luis Julio se acercaba renqueante desde el otro extremo de la planicie, Ignacio siempre con su libro en la mano, comentó:
- No comprendo, ¿cómo es que no vinieron por el mismo camino que se fueron?. Liza dijo que las había visto irse por aquí, han tenido que dar un gran rodeo para volver por donde se encuentra el bosque.
- Si les pasara lo que a mi, no tendrían tantas ganas de andar.


Aquel día la sobremesa duró más de lo acostumbrado. Había quienes decían que nunca habían oído hablar de que hubiese osos en la zona, argumentaban unos, que los úrsidos sólo habitan bosques húmedos; otros, que en esa época estaban aletargados, hasta que Luis Julio preguntó:
- ¿Cómo era el oso?. ¿Parecía llevar anteojos?
- ¡Qué preguntas se te ocurren! –interrumpió Antonio-. Sólo las personas llevamos gafas.
- Te equivocas, a los osos sudamericanos se les llama así, porque tiene unas manchas blancas alrededor de sus ojos y el resto de su pelaje es muy negro. En algunos países andinos se le llama jukumaris.
- Este no tenía el pelaje negro, sino marrón –dije yo-, tampoco te puedo decir si tenía anteojos, se parecía más bien a un oso estokolmés.
- Vamos a ver, ¿a cuántos osos has visto tú, aparte del que está con el madroño?. Dijo Aur.
- ¿Qué oso es ese?. Preguntó Liza.
- La ciudad de Madrid –intervino Nieve-, es conocida como “la villa del oso y el madroño”. Según parece, en otras épocas abundaban en la sierra y se alimentaban de los frutos de un árbol llamado madroño. Desgraciadamente los osos desaparecieron y los árboles están recuperándose.

- Muy bien, -dijo Antonio- pero, ¿cómo sabe Rosmar que no es un jukumari de esos que habitan por aquí y dice que es un oso estokolmés?.
- ¿Has estado en Suecia, Rosmar?. La pregunta de Benjamín me llegó con cierto retintín.
- No, pero he visto las fotos de mi hija cuando estuvo en la Países Escandinavos. Es del mismo pelaje que el oso estokolmés.
- Yo sigo diciendo que podía ser el abominable hombre de las nieves, sólo vi que era muy alto y que huía erguido -Laura seguía en sus “trece”.


Ascensión intervino pensativa.
- Podría tratarse de una persona que llevase un abrigo de piel. Con el frío que hace aquí por las noches.
- ¿Y quién iba a pasearse con un abrigo de piel, por aquí? Dijo Ana.
- Algún pretendiente de Nieve o de alguna de vosotras que os haya seguido hasta aquí. Dijo Javier.
- ¡Esto es el colmo!. Exclamó Nieve- ¡Primero que se trata de un oso y por más señas; estokolmés!. Ahora, es el yeti que se ha enamorado de mí!. Sois un hatajo de amigos absurdos que estáis colmando mi paciencia.
Nieve estaba realmente enfadada y no le faltaba razón, el único que permanecía ajeno era Ignacio que seguía abriendo y cerrando el famoso libro.
Luis Julio intervino para calmarla.
- Creo realmente que debemos dejarnos de tonterías y, por si acaso, es o no es un oso, deberíamos quedarnos un par de personas haciendo guardia esta noche, aunque tengo entendido que los osos deambulan por el día y no por la noche. ¿Qué os parece la idea?.


Por una vez todos estuvimos de acuerdo, no sólo en ello, sino en dejarle a él fuera de la extracción de las papeletas que decidirían quiénes serían los primeros en quedar junto al fuego; su artrosis podía volver en cualquier momento y había que cuidarle. Laura y yo también fuimos descartadas, al día siguiente saldríamos las primeras para tomar el mismo camino de la mañana.


Cuando Luis Julio me pidió el sombrero para voltearlas, me apresuré a alisar el forro interior. Después uno a uno fuimos extrayendo las papeletas, en tres de las cuales ponía “sí”. Primero fueron: Ignacio, Antonio y Ascen; después Aur, Benjamín y Nieve y por último: Javier, Ana y Liza.

Si lo que había dicho Luis Julio sobre las actividades diurnas de los úrsidos era verdad, las primeras dos guardias se prometían tranquilas. Se avivó la hoguera y los tres primeros guardianes se colocaron alrededor, habían hecho un pequeño muro con las piedras para que el viento no la apagase.

(R.J.M./ Nov. 2010)

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