martes, 8 de marzo de 2011

HISTORIA DEL OSO ESTOKOLMÉS - IV Parte

IV
Noche de pesadillas en el Domuyo

El viento se fue calmando según transcurría la noche y dio paso a la contemplación de las estrellas en todo su esplendor ni una nube enturbiaba la cúpula celeste. A veces, llegaba algún que otro ruido procedente de las pequeñas hoyas del volcán, no tan bramadoras como su nombre hacía suponer.

Ignacio pretextando que quería calentarse los riñones se había sentado sobre una piedra y daba la espalda a la hoguera. como acostumbraba tenía su libro en la mano, lo abría y cerraba siempre hacia la mitad. Nieve le había dejado su manta a Ascensión, con una advertencia: No tocar el botón que la cerraba cuando se utilizaba como una capa.

Al quedar solos, Antonio sacó de un bolsillo una baraja.
- ¿Te apetece que juguemos un rato?.
Ascensión se sorprendió.
- ¿De dónde la has sacado? Ya trajiste las raquetas para jugar.
- No son mías, son de Aur, un tuareg siempre lleva una baraja para distraerse en el desierto.
Llevaban bastante tiempo jugando cuando empezaron a escuchar unos misteriosos ruidos que parecían un siseo, dejaron de jugar.
- ¿Has oído eso, Antonio?
- Sí, yo diría que viene de donde está sentado Ignacio. ¿Has oído esos ruidos, Ignacio?.


Ignacio cerró el libro con todo cuidado y se puso en pie.
- ¿Qué decíais?.
- ¿Es que no te enteras de nada?. Hemos oído unos ruidos como de insectos. No puedo creer que no lo hayas oído, provienen de dónde te has sentado.
- No, no he oído nada, por cierto creo que va siendo hora de despertar al siguiente turno.
Echó a andar con toda rapidez hacia la tienda donde dormían los hombres,
tropezando con Benjamín que salía para hacer la ronda, el libro se le cayó sobre el cuerpo de Javier que somnoliento. preguntó: ¿Cuándo me toca?
- No, todavía no, -contestó Aur- Voy a llamar a Nieve, tú sigue durmiendo.

Ignacio recogió apresuradamente el libro, mientras parecía limpiar el saco de dormir de Javier y se disculpaba con él por haberle despertado. Aur y Benjamín salían hacia el exterior, cuando Javier les sobresaltó a todos gritando y diciendo que un ejército de hormigas se habían apoderado de él. Todos le tomaron a chifla.

Ascensión devolvió la manta a Nieve y entró en la tienda de las mujeres. Los tres se acurrucaron junto a la hoguera. Se dedicaron a mirar las estrellas rivalizando en quién era capaz de descubrir más constelaciones australes. Acabada la guardia, fueron a despertar al relevo, al entrar en la tienda vieron a Luis Julio sentado sobre el saco de dormir. Javier soñaba agitadamente y suplicaba en voz alta:
- ¡Que venga la suplente! ¡Qué venga! Se van a enterar estas hijas de mala madre, ya verán estas, ya verán...
Luis Julio, se incorporó y fue a despertarle cuando vio que algo se movía sobre su brazo.
- No puede ser –dijo Luis-, algo me está picando en el brazo.
Aur y Benjamín se acercaron, la luz de la linterna era muy débil y fuera amanecía, Nieve entró en la tienda de campaña al oír las voces.
- ¿Se puede saber que os pasa?.
- Eso quisiéramos saber nosotros –dijo Aur- Javier no deja de pedir en voz alta que venga la suplente, pero no se despierta y Luis Julio dice que hay algo que le ha picado en el brazo.


Antonio somnoliento, exclamó:
- ¡Vaya nochecita!, así no hay quien duerma, excepto Ignacio que duerme como un tronco.
- ¡Aja, já!. Dijo Nieve, señalando a Javier que abría los ojos en ese momento y se frotaba con fuerza la cara y las manos- Así que soñando con infidelidades, y a ti, Luis, ¿qué mosca te ha picado?.
Javier y Luis Julio parecían querer jurar uno más que el otro, al unísono.
- Te juro, Nieve, que la suplente no es ninguna mujer. ¿Cómo se te puede ocurrir pensar eso de mí?
- Te juro –decía Luis Julio- que no se trataba de ninguna mosca, estoy seguro que eran un ejército de hormigas.


Nieve apretó el botón de su capa, una luz brillante y diáfana se extendió por el suelo del recinto, así fue como vieron atónitos que un ejército de hormigas caminaban en doble fila hasta donde estaba acostado Ignacio, al que no le sirvió de nada hacerse el dormido. El libro yacía en el suelo junto a su saco, se había abierto por la mitad y dejaba al descubierto una caja donde las hormigas iban a refugiarse. Ignacio balbució:
- Te juro, Nieve, que no podía dejar sola en casa a la Bere, acababa de poner sus huevos.


Nieve no podía pronunciar palabra, apretó el botón de la capa y aplastó a medio ejército de hormigas al caer al suelo. En la tienda femenina, se despertaron con las voces y fueron a ver lo que sucedía, Aur y Benjamín levantaron a Nieve la llevaron hasta la carpa, donde pusieron una silla para que se sentara y le trajeron un vaso de agua.

El día empezaba a clarear y decidieron preparar café y mate, de nada serviría volver al interior para intentar dormir. Todo eran murmullos sobre lo que había sucedido.
Luis Julio y Javier parecían enharinados, se habían echado polvos de talco en la cara y los brazos para quitar la picazón de las hormigas y éstas se mantenían a cubierto con el libro cerrado. Liza comentó:
- Así que por eso no querías dejarnos leer tu libro, con razón decía Ascen que siempre lo abrías por el mismo sitio y hojeabas las mismas páginas.
- A mi lo que me interesa saber –dijo Ana-, quién es la suplente con la que sueña Javier. Tan formalito como pareces y eres infiel soñando.
- Eso me recuerda –dijo Laura- un refrán que decía mi abuela española: Del agua mansa me libre dios, que de la otra, me libro yo.
- Pero, si no es nada de lo que pensáis – habló Javier y dio gracias de que el color de la cara estuviese cubierto de talco-. Sucede que en la clase de flamenco adónde voy, hay una tela de araña al lado del conducto del aire acondicionado, al principio todas las niñas la miraban espantadas, como si se tratara de un monstruo, hasta que vieron a las moscas que dejaban de importunar y quedaban atrapadas. La profesora les dijo: que la araña era la suplente y que estaba allí para tomar nota de si hacían bien las coreografías. Cuando dejaron de verla porque llegó el invierno la echaron en falta. Si hubiese estado aquí la suplente, se le habrían puesto gordas hasta las patas comiéndose a las hormigas.


Todos reíamos de buena gana hasta que Antonio, nos chistó para que callásemos, se oyó el chasquido de algunas ramas por el mismo sitio por el que Laura y yo habíamos subido el día anterior.
(R.J.M./ Nov. 2010 )

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