martes, 8 de marzo de 2011

HISTORIA DEL OSO ESTOKOLMÉS - Última parte






V
EL OSO ESTOKOLMÉS Y FIN DE LA HISTORIA



Al poco rato vimos aparecer la cabeza de un oso, no llevaba anteojos, no era jukumari, ni patagonés; tal y como yo había dicho era un oso estokolmés, totalmente marrón.Todos se preguntaban cómo habría llegado hasta allí, Laura y yo nos miramos pero no respondimos, esa mañana aprendimos muchas cosas.

Primero, que el oso aquel no era ningún marqués en cuestiones estomacales y que su olfato le había atraído hasta nuestro exquisito y duro arroz.
Segundo que no siempre hay que actuar como Garbancito que dejaba piedras y luego migajas para saber volver a su casa.
Nosotras habíamos cargado con gran cantidad de pelotas de arroz que habíamos ido dejando por el camino, así que él no tuvo más que irse deteniendo para comerlas, incluidas todas las que habían ido cayendo por el barranco de la pista de tenis, estaba claro que seguía teniendo hambre.

El oso estokolmés se quedó mirando al grupo, seguro que se preguntaba. ¿Quiénes eran aquellos tipos que le miraban con pintas estrafalarias y ojos desorbitados? En principio todos quedamos petrificados, luego se produjo una desbandada, hasta que Luis Julio, dijo:
- Recordad que suelen ser tímidos y que no atacan, en todo caso tendremos que batirnos en duelo con él,
cada uno con las armas de que disponemos.

La verdad es que armas , lo que se dice armas, no teníamos ninguna, así que tuvimos que echar mano del ingenio, lo único que queríamos es que se fuera. Recordamos que aún nos quedaba bastante miel y cuando se acercó lo suficiente hasta nuestra cocina-comedor le fuimos untando de miel con los pinceles de Liza, la mesa y las rocas nos servían de parapeto y le tirábamos las pelotas de arroz que Ana había ido elaborando, tratando de que cayeran lo más lejos posible. Parecíamos Manuela Malasaña y sus costureras en pleno 2 de mayo contra los franceses, aunque no teníamos ni siquiera unas tijeras para clavárselas, cosa que no era nuestra intención porque no queríamos hacerle daño. Sólo queríamos que se fuera por donde había venido.

Aur, fue a buscar su alfombra, si lograba que se subiera en ella le trasladaría hasta su bosque. La idea, de que yo tendría que subirme también en la alfombra para pronunciar las palabras mágicas (cosa que no recordaba) no era muy halagüeña, sólo contaba con la brújula del sombrero y en todo caso era improbable que los dos cupiéramos en ella.

Antonio trataba de colaborar y le pegaba en el lomo con sus raquetas para que saliera de la carpa antes de arrastrarla consigo. Ana, Ascensión y Liza le seguían untando de miel con los pinceles.

Luis Julio y Laura trataban de deslumbrarle en los ojos; uno con sus gafas, la otra con el flash de la máquina de fotos, pero a esta se le acabó la batería y a ver quien era la guapa que iba a comprar pilas al pueblo que estaba a kilómetros de distancia.

El estokolmés les miró con cierto estoicismo y se dio media vuelta para seguir comiendo lo que encontraba en la despensa, solo despreciaba las latas de conserva.
Ignacio abrió el libro hormiguero y buscó a la Bere, para que fuera la primera en salir, a continuación todas las demás la siguieron, pero, en vez de atacarle, corrieron a comer la miel untada en el pelaje; lo único que consiguieron fue hacerle cosquillas y que se revolcase.

Javier vino corriendo con la hoja de parra untada con miel y se la dejó pegada en el hocico para que no pudiese abrir la boca, el oso se relamió de gusto y a punto estuvo de comerse la hoja con plástico y todo. Esta vez Javier se la quitó y como un torero de pro logró pegársela otra vez con miel, pero esta vez en un ojo, dejándole un aspecto de pirata con parche.

Nieve que ya se había recuperado y trataba de apuntar cuanto veía en su bloc de notas, activó el botón de su capa y esta vez sí que quedó deslumbrado el estokolmés.

Benjamín, ayudado por los demás, lograron montarle en el patinete y entre todos le empujaron hasta la hondonada, lejos de coger velocidad y dado el pedregoso lugar, el estokolmés quedó con los huesos abollados y dentro de una enorme hoya bramadora. El Domuyo amenazaba con abrir uno de sus pequeños cráteres.

Todos le mirábamos un tanto conmocionados, no era nuestra intención hacerle daño, pero la realidad es que yacía maltrecho y nos miraba con ojos asustados. De esta guisa y manera, fuimos sorprendidos con el ruido de un helicóptero que sobrevolaba nuestras cabezas, todos miramos hacia arriba. Parecía que nos estaban diciendo algo, pero con unos y otros ruidos no podíamos entender qué decían. Lo único que se veía era la palabra R.O.D.A.L. en uno de los laterales, a los pocos minutos se alejó.

Volvimos al campamento, apenas había transcurrido una hora. Nieve había dado orden de recoger todas las cosas, sin comida y con casi todos los enseres destrozados, no podíamos continuar allí. De pronto, irrumpieron en la planicie cinco hombres uniformados que dijeron ser los guardas de R.O.D.A.L. y que debíamos acompañarles, estábamos acusados de haber introducido en la Patagonia a un animal salvaje, un oso peligroso. De nada sirvieron nuestras protestas, nos obligaron a andar por los caminos pedregosos hasta llegar al rodal donde tenían establecido un pequeño zoológico; el Refugio Organizado De Animales Libres. Como quiera, que allí no había ningún animal al que liberar en aquel momento, fuimos nosotros los que ocupamos la mayor de las jaulas para que no escapásemos.

Nuestras protestas no sirvieron de nada, ni siquiera el que iniciásemos una huelga de hambre obligada, al único que escucharon fue a Luis Julio, que pidió hablar con su sobrino abogado. Fue después de hablar con él cuando nos dieron de comer el menú expuesto al principio. Nos pidieron disculpas y fuimos liberados, al enterarse de que el oso estokolmés había sido llevado por el dueño de un circo, del que se había escapado, en busca de una jukumari con la que había tenido un bebé.
Al llegar al aeropuerto de Neuquén, un reportero patagonés, nos dijo: Que no creía en la existencia del oso estokolmés. ¡Aquello era el colmo! Y en vez de mandarle a Estocolmo, alguien, no sé quién fue, le dio una patada en el trasero al llegar a la Punta de Caminos y todavía le están buscando por el río Curileo, según creo. Nosotros, nos fuimos todos a comer un asado de chivito criollo, ¿el arroz? ni probarlo en una temporada.

ROSMAR/ R.J.M. /20.11.2010

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