sábado, 5 de marzo de 2011

II Parte (HISTORIA DEL OSO ESTOKOLMÉS

II
UN OSO TRAS LA NIEBLA

Aquella mañana la niebla estaba siendo pertinaz en los dominios del volcán Domuyo, Nieve salió de la tienda envuelta en una manta y eso le daba aspecto de maga arrastrando su capa, el verdadero manto de nieve estaba allí a unos cientos de metros sobre una montaña colindante. Luis Julio saludó a Nieve y señaló hacia el Lanin.

- ¿Viste a tu homónima?. Está ahí, tan cerca, pero no podremos llegar hasta ella. Mi artrosis se ha bajado a las piernas y me impide dar un paso mas.
- Sí debe ser muy hermosa -contestó Nieve-, pero no sé cómo puedes verla, Luis, la niebla no deja paso al sol.
- Verás, Nieve, estos anteojos tienen unos cristales modernísimos, mi sobrino se los encargó a un oftalmólogo amigo suyo que acaba de patentarlos.
Luis Julio se quitó las gafas y se las dejó a Nieve, quien al ponérselas exclamó:
- ¡Sí que es hermosa la blancura del Lanín rodeando la cumbre del volcán apagado!. Creo que no deberíamos haber hecho esta excursión sin informarnos antes.
- Bueno, ya está hecho, recuerda que Javier y Aur dijeron que querían ir al fin del mundo y Rosmar deseaba conocer el Perito Moreno, porque dice que un antepasado suyo le dio el nombre.
- ¡Estas chicas están locas!. Dijo Nieve encaminándose hacia el campamento. Ascen pensaba que la Tierra del Fuego, se llamaba así debido al calor. Algo así como Cádiz, a la que llaman “la tacita de plata” o “la sartén de Andalucía”. Estoy helada, me apetece un café bien calentito.
- Y a mí un matecito.
Después de preparárselo fueron a sentarse en la alfombra de Aur, era el sitio más cómodo, pero era tan pequeña que habían decidido sentarse en ella por turnos de tres personas. Les tocó sentarse junto a Ana que contemplaba el partido de tenis que tenía lugar en la pequeña planicie. La niebla estaba empezando a levantar lentamente y algún que otro rayo de sol iluminaba el campamento y los alrededores.

- La próxima vez que hagamos una excursión - dijo Ana-, cueste lo que cueste, traeré arroz de la Albufera, con él habría hecho buenas paellas, pero este, mirad para lo que sirve.
Antonio, Aur y Javier iban turnándose para coger las raquetas y enviar pelotazos al contrario, el cual no acertaba a devolverla, porque cuando veía volar por los aires la pelota hecha de arroz duro, se desviaba de su trayectoria para evitar quedarse sin un ojo. Así que todas las bolas salían disparadas hacia alguna de las hoyas que había en el declive.
- Bueno, no te pongas así –dijo Ascen, que se había reunido con ellos- , al menos la miel que traje por despiste, ha servido para que hagas unas tortitas de maíz riquísimas.
- ¿Lo dices de verdad?. Ana estaba segura de que lo decía para consolarla.
- Voy a ver qué pinta Liz, ¿te vienes?.
Ana se levantó y echó a andar junto con Ascen, por la planicie, poniendo cuidado para no pisar alguna escoria puntiaguda. Ignacio, alejado de todos y sentado sobre una roca parecía leer su libro de terror. Antes de acercarse, Ascen susurró:
- Ni se te ocurra pedirle que te deje el libro para leer un poco.
- ¿Por qué?. Preguntó Ana.
- Lleva toda la mañana haciendo lo mismo, aparenta leer. Fíjate en que parece silabear, sin embargo, no pasa la página. Cuando me he acercado antes a él, lo ha cerrado de golpe y me ha lanzado una mirada asesina. Yo creo –dijo bajando la voz-, que se está contagiando del tema.
- Vamos, Ascensión, no será para tanto. ¿Qué tal va la lectura? Preguntó Ana.
Ignacio como si tuviese un muelle con resorte, casi se cae del rudo asiento y a punto estuvo de sentarse en el pedregoso y duro suelo, tratando de sujetarse con una mano a la roca, mantuvo el libro cerrado en la otra.
- ¡Por dios, Ignacio!. Que no somos asesinas en serie.
- Perdonad, es que no os había oído llegar.
- Sin duda, debe ser muy interesante ya que te absorbe tanto. Me gustaría que me lo dejases para leer alguno de los cuentos.
- ¡Lo siento! Se apresuró a contestar. Todavía me queda mucho por leer.

- Está bien, -dijo Ana- ya me lo dejarás cuando acabes.
Liz había recogido la tela y las pinturas, se acercó a ellos.
- La verdad es que me admiras – comentó-. ¿Cómo puede ser que veas las letras con la niebla que hay? Yo he recogido todo, porque soy incapaz de dibujar nada. Por cierto, chicas – se dirigió a Ana y Ascen-, ¿habéis visto a Laura y Rosmar?.
- No, - contestó Ana-, las saludé esta mañana al levantarme y después de desayunar me pidieron bolas de arroz, para no sé qué camino.
Benjamín, que estaba tratando de arreglar una de las ruedas golpeándola con una piedra, contestó:
- Yo las vi después, fueron por ese sendero que conduce al bosque de allá abajo, como siempre iban discutiendo. No he visto dos personas que discutan más y, sin embargo, siempre están juntas.
- Parece que no se te da bien lo de arreglar la rueda a pedradas –observó Javier.
Los jugadores habían acabado de lanzar la última bola de arroz y se acercaron al grupo, era el turno de sentarse en la alfombra.
- Me gustaría saber quién fue el lumbreras que inventó las ruedas redondas. Seguro, que no estuvo en estos parajes, si no, las habría hecho hexagonales.
- No, no pasó por aquí –dijo Antonio- Creo que fue un inventor griego llamado Herón de Alejandría, vivió en el siglo I de nuestra Era, inventó también la rueda dentada y mejoró el reloj de agua.
- Y tú, ¿cómo sabes todo eso?, -preguntó Aur.
- ¡Ah, amigos! Todo está en los libros.
Como si se hubiese tratado de una contraseña, Ignacio, con su libro bajo el brazo se alejó de todos ellos. Ana alzó la voz.
- ¡Ignacio recuerda que casi es la hora de comer y tenemos frijoles.., sin arroz!.
Nieve había dejado la manta y se abrigaba con una gruesa chaqueta.
- ¿Alguien sabe que le pasa a Ignacio?.
- De eso hablábamos hace unos minutos –dijo Liza.
- No abandona el libro en ningún momento –dijo Aur-, cuando pasé esta mañana junto a él me pareció incluso que más que silabear, hablaba con él.
- Yo le he invitado varias veces a jugar con nosotros, pero dice que le duelen los brazos – dijo Antonio.
- Le pasará lo que a mí, me gusta hablar solo – dijo Aur-. La verdad es, que intento recordar las palabras árabes que conozco para poder volar con la alfombra.
- Tendrás que comer rabos de pasas para hacer memoria –dijo Javier.
Aur se echó a reir.
- ¡Ja,ja, já!. El remedio de la abuela y después de eso qué, ¿me subo a la parra, para recordar o me tomo un vaso de vino?.
- ¡Hombre! –intervino Luis Julio- Lo del vaso de vino sería para olvidar.
- Hablando de recordar, ¿dónde se habrán metido Laura y Rosmar?. Me están preocupando con la tardanza -dijo Nieve.
- No te preocupes. – dijo Javier tratando de restar importancia-. Seguro que Rosmar ha encontrado alguna nueva planta y se han entretenido. Si no regresan antes de quince minutos, saldremos a buscarlas.
- Durante ese tiempo será mejor que no nos sentemos en la alfombra –comentó Aur- , si tenemos que ir a buscarlas, estará lista para subirnos en ella.
Luis Julio estaba inquieto, echó a andar hacia el lugar por el que Liz había dicho que se habían ido, no dejaba de limpiar los anteojos con la toallita que llevaba para tal efecto. De pronto, Ana comenzó a señalar el otro extremo de la planicie en donde habían estado jugando al tenis.
- ¡Mirad, vienen por allí!
Efectivamente, ya se veía a Rosmar y su sombrero tratando de alcanzar la explanada y detrás a Laura que la empujaba por el trasero y resoplaba, mientras le decía:
- A ver si adelgazas, guapa, que tú ni estando a dieta pierdes un gramo. –Una vez arriba, se dirigió en voz baja- Nada de decirles lo que has visto, porque te van a tomar por una chiflada, a no ser que se tratara del “yeti”.
Javier y Aur se habían acercado corriendo para ayudarlas a subir.
- ¿No me digáis que habéis visto al “yeti”?.
- ¿Es eso verdad?. Preguntó Aur mientras izaba de un brazo a Laura.
- Seré bocazas.., no, no; Rosmar dice que ha visto a un oso.

Rosmar (R.J.M. / Nov.2010)

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