sábado, 20 de julio de 2013

OBSERVADORES, Viaje al planeta Aristolio.



Convocatoria de Observadores

   Desde las pantallas de larga distancia e imagen corta, Marco Polen se había puesto en contacto con los monitores situados en distintos lugares del planeta Tierra. Les saludó, diciendo:
- ¡Eureka, eureka! Por haber confiado en la NASAL y el PEPA, os recuerdo que solo tenemos una regla: Nadie Avanza Sin Alegría Luminosa. ¡Bienvenidos y hasta la próxima!

   Dicho lo cual y como era su costumbre, desapareció. Dejando en pantalla a la Dra. Rosmar, con la boca abierta, para que diera la cara o lo que es lo mismo: estupefacta y sin palabras.

   Desde la amazonía, Mayra, separaba el follaje que la camuflaba entre orquídeas, marijuanas y otras hierbas, para no ser detectada por los invasores del Más Allá, que a menudo, llegaban con sus ovnis y querían dejar allí aparcados sus platillos y sus carros, sin pagar impuestos, que de esto, no se libraba ni uno, por muy extraterrestres que sean. Para ello, solía transformarse en Bee (abeja) derramando su miel a diestro y sin siniestro, no es que quisiera provocar diabetes, pero al menos, se resbalaban. Era poco habladora o eso pensaba la doctora, que ya había hablado con ella en contadas ocasiones.

   Marisol, Directora de Avistamientos Europeos por poder notarial y encargada de desviar los poderes de los poderosos, que por algo se reúnen en Bruselas, donde se cuecen las coles. Se asomó a la pantalla con su disfraz de mariposa y envió una tupida nube de seda a sus espaldas, recien tejida, para despistar a los espías, el problema era que sus élitros, no estaban en su mejor momento y le fatigaba mover los dedos.

   Mamen, la valkiria del cosmonauta, recien operada del túnel metacarpiano, por lo que ahora lo tenía en buen uso, no quería que su "santo servidor" se enterara del asunto. De esa forma, su querido Antoine, seguiría pelando las papas y la cebolla para hacer la tortilla española. De paso, ejercería su espionaje privado, para saber porque limpiaba con saliva el astrolabio y le echaba polvos al objetivo, cuando ella llegaba con el plumero para limpiar el catalejo. Tanto polvo, la tenía mosqueada.

  Desde México, los avistadores Rojo Carmín y Senka, más que a observar se dedicaban a soñar y eso que cada día se despertaban con un café. El problema es que estaban en plena luna de miel y así
¡A ver quién era el guapo o la guapa que se despegaba! Ya podía caerles encima un platillo volante, que no se enteraban y pensaban que era un sombrero mejicano.

   Recién llegada a este viaje espacial, Rosy Lety, que era guía oficial y observadora del volcán Popocatepétl, al que llamaba cariñosamente, Don Goyo o el Popo -en recuerdo de un desamor por nombre Gregorio-. Últimamente, la tenía muy enfadada, porque le daba por perder el domo de lava con cada explosión y ponía todas las plantas de su jardín hechas un asco con tanta ceniza. Aunque se olvidaba de mirar a las nubes y no recordaba llevar paraguas. La doctora pensó: sería más eficaz que la melosa pareja, estando acostumbrada a lavar la ropa del popó.

   Julie, gran conocedora de California y sus alrededores, fue enviada desde la mismísima Alcarria, hasta Washington, donde todos pensaban que iba a informar sobre las naranjas, pero no era así, lo que quería realmente saber, era si podía sembrar espárragos.

   Carmelilla se asomaba continuamente desde las Alpujarras, donde había instalado su observatorio de 50 ms., de alto. Cuando le preguntaron por qué tanta altura, contestó: Que ella era bajita como la doctora Rosmar y sus tacones no la alzaban tanto, así que se subía a una banqueta. El tamaño del cerebro sí que importa, dijo la "Granaina" y soñó haber descubierto, la bilirrubina de una gallina.

   Lolta, quería hacer honor al dicho: "De Madrid al cielo y un agujerito para seguir viéndolo", ella lo que quería más bien era un trozo celeste bastante grande, para poder instalar allí una ganadería de almas perdidas a las que ayudar. Lo que no quería era ser confundida con la Lolita, de Nabokov y para eso no utilizaba tacones, ni se sentía encendida por genios verdes metidos en una botella. Con los pies en el suelo, soñó que los alienígenas, aquellos que viniesen en plan malévolo, los dejaría caer en un pozuelo -un pozo de cuello estrecho- y, de allí, no los sacarían ni con anzuelos.

   Por último, estaba Juan, caballero con bigote aspirante a daliniano, que a veces, ocultaba la inexistencia de su cabellera bajo la pequeña ala de un sombrero, para evitar que Lorenzo hiciera de las suyas en la mollera. Desde la extremaura y, siempre que no se le acercasen demasiado los alienígenas, podría hacer buenos avistamientos.

   Estaba la doctora Rosmar agradeciendo a los observadores su dedicación al Viaje al Planeta Aristolio, tan esquizogaláxico, alucinante y nada alucinógeno. Cuando llegó Matilde, o lo que es lo mismo, tita Mati, la directora de saraos y entrenadora vital. Blandía delante de su cara un periódico de fecha atrasada, estaba realmente negra, parecía asustada. De forma precipitada entrenó a los observadores y les hizo cantar siete veces siete, el insigne himno de la NASAL.

¡Eureka, eureka!
Es impresionante montar en tricicleta, 
 después de un chaparrón 
 con bizcocho y garrafón,
la NASAL y el PEPA
son lo mejor.


Dra. Rosmar de Aristolío
Capítulo 8
Rosa del Aire (R.J.M./20.7.13)

2 comentarios:

carmen fabre dijo...

Jajjajaa, es genial.. ;)

Prometo seguirte¡¡

Julie Sopetrán dijo...

Bueno, los espárragos eran de California, también las naranjas... jajajaja.